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Dice la Biblia en Lucas 8:17 que no “hay nada oculto que no haya de ser manifestado; ni secreto que no llegue a salir a la luz."
No se trata de chismes, ni de comentarios abstractos o malintencionados. Se trata de la verdad que intenta esconderse en la sombra. Y de cómo ese secreto, al ser revelado en la esfera pública, desnuda la hipocresía de nuestro sistema.
Piense conmigo en el momento del voto. La persona que entra en el colegio electoral y marca la X en la boleta. Es el acto más puro de confianza que un ciudadano le entrega a un político. Es un pacto de decencia.
Hace unos días, ese pacto sagrado se ha puesto bajo la lupa en La Romana. No por un rumor, sino por un hecho frío y rotundo: el arresto de una persona vinculada a una diputada de esta ciudad por supuestos lazos con el narcotráfico internacional y con solicitud de extradición.
Es un relato que duele porque la figura pública que nos representa, está ligada por lazos históricos a este drama criminal. Luego, el comunicado: la prisa por formalizar una separación que convenientemente coincide con la captura de un presunto narcotraficante. Esta proximidad del delito a la curul, esta doble vida entre la luz pública y la sombra personal, es la base de nuestra desconfianza.
El detalle no es que un ciudadano se desvíe; es que la cercanía familiar se vuelve una parábola sobre la calidad moral de nuestros líderes.
Sin embargo, debemos recordar la versión de la diputada y el principio fundamental de la ley. Ella ha alegado estar separada y ser ajena a los actos criminales de su expareja. Como ciudadanos, anhelamos que sea cierta su alegada ignorancia.
Es vital para nuestra democracia que respetemos la presunción de inocencia, y que los problemas maritales de un político (incluida la formalización de un divorcio) no sean automáticamente juzgados como actos de complicidad. Si la desvinculación es real, el castigo por las acciones de un tercero sería injusto. La crítica no debe ser personal, sino institucional.
Pero esta historia nos deja con un dilema que trasciende la vida personal de la diputada: ¿Qué tan densa era la sombra que cubría ese vínculo? ¿Qué tanto sabía el sistema político?
La conexión íntima, aunque sea pasada, entre el poder legislativo y el crimen es la traición que no podemos dejar pasar. El problema no es solo la manzana podrida. El problema es el silencio cómplice del cesto entero. La política se ha acostumbrado a funcionar sin vetos éticos reales. Los partidos deben ser filtros de decencia, no sombrillas protectoras.
La ciudadanía exige saber que el poder legislativo que crea las leyes no está ligado a quienes las quiebran. Es nuestro deber exigir que la luz que proyecta nuestro voto sea tan fuerte que el crimen, la droga y el dinero sin origen, no puedan esconderse a su sombra.
Y mientras la sospecha siga pareciendo una opción, es nuestro deber cívico aspirar a que la verdad prevalezca, pues solo la transparencia y la decencia de nuestros líderes podrán devolver la normalidad a La Romana. El tiempo nos dirá….