Cuando la observó en el colmado, le prometió bajarle el sol, las nubes y las estrellas. La enamoró y la conquistó. Ese amor “escondido” lo sabía todo el barrio, menos sus padres.

Un hombre de 35 años y ella, de solo 19, que apenas iniciaba la universidad gracias al sacrificio de su padre. La más admirada de la zona no quería ocultar su amor y se lo confesó a sus padres la noche en que programó presentárselo.

—Él me quiere, solo tiene ojos para mí y yo lo amo. Además, está loco por mí y, si le pidiera traerme la luna, no dudaría en intentarlo.

El padre, con la experiencia que solo brindan los años y con cierto sarcasmo, le respondió:

—Quizás no pueda darte la luna, pero si empieza a trabajar, sería un gran comienzo.

Así pasa con nuestros políticos: con deseos de gobernar el país, en campaña y desde la oposición nos ofrecen las estrellas pegadas al cielo. Pero una vez en el poder, olvidan sus promesas, como el enamorado que conquista y luego olvida.

Los votantes dominicanos nos conformaríamos con tener agua permanente, trabajo digno, energía estable, atención médica con garantías, calles ordenadas, basura recogida y barrios seguros.

De tantos problemas, tomemos uno como ejemplo: el tránsito.

El año pasado, más de 3,100 dominicanos perdieron la vida en accidentes de tránsito —una persona fallecida cada tres horas—. Son ocho muertes al día: hogares en luto, niños huérfanos y más de 3,400 millones de pesos en gastos hospitalarios.

No es posible que la prevención de esas muertes no sea tema de campaña, ni que ningún candidato presente un plan real para reducirlas. Este es un problema de vida o muerte, aunque algunos crean que lo más urgente es la canasta familiar o la delincuencia.

Luis, David, Leonel, Omar, Abel, Carolina, Gonzalo: no nos ofrezcan el sol y la luna. Por lo menos trabajen en lo que realmente nos duele.